Antes
de que tuviera lugar la revolución francesa, los tribunales
eclesiásticos pensaban que la homosexualidad era un delito, que
debía ser duramente castigado. Jean Dirot y Bruno Lenoir fueron las
últimas personas, que fueron ejecutados por tener relaciones
homosexuales, en la hoguera, en el mes de enero del año 1750.
Entonces, la revolución francesa debió tomar la decisión de llevar
a cabo la abolición, en los tribunales eclesiásticos, el código
penal de 1791 y los delitos que la Ilustración consideraba que eran
imaginarios, o sea, como podían ser la homosexualidad o la
brujería. Dicha despenalización se mantuvo en el código penal, que
fue introducido por Napoleón, en el año 1810, eso sí, no se
incluía las prácticas homosexuales entre adultos, que tenía lugar
en privado, al considerar sólo delitos aquellos actos, que podían
llegar a afectar a un tercero. Este punto de vista fue imitado, a
posteriori, en los códigos penales de un gran número de países. A
pesar de lo mismo, la homosexualidad continuó siendo considerada
inmoral, por una gran número de personas, por la mayoría de la
sociedad y los homosexuales tuvieron que ver como eran acosados por
parte de las leyes de orden moral y público -o sea, era muy
diferente lo que decían las leyes, a lo que nos podíamos encontrar
en el día a día, de las personas que tenían tendencia
homosexuales-.
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